Crónica de una “Partitura anunciada”

Arturo Aquino, dando muy buenos comentarios sobre “Oye Chiapas”, expresó “Es un periódico diferente y de muy buen gusto”

Arturo Aquino, “El piano de México”

Por ENRIQUE GUTIÉRREZ

La puerta de su estudio está abierta, y lo primero que se ve al entrar son reconocimientos, entre éstos el Premio Chiapas 2010 que obtuvo durante el gobierno sabinista y una veintena más. En otra pared, un cuadro donde aparece sentado cerca de un piano, obsequio de un pintor de Jalisco. Otra puerta deja ver parte de su “tesoro” y como tal “nadie lo puede tocar”, porque es “celoso”.

Su sonrisa no permite la tregua, a pesar de que se desveló, sus ojeras lo delatan: estaba “metido” en una composición. Es Arturo Aquino, bautizado como el “Piano de México” por quien él considera su maestro, Armando Manzanero. Aunque se siente más “piano del pueblo”, de su Ocozocoautla.

Es de mañana, casi las diez. Arturo llega “improvisado” a la entrevista, como le gusta. Incluso así prefiere aparecer durante los conciertos en los cuales, aclara, le “molesta” la formalidad, “por eso tengo una ‘muletilla’ (sic) de, con la mano derecha, hacerme un lado parte del saco, o si no, el pie que no dejo de mover, pero no me parece usar traje, me incomoda”, aunque también, precisa, es parte de su personalidad.

Su estilo es diferente, extraordinario, como lo reconocen algunos grandes de la música. Raúl Di Blassio y Richard Clayderman son parte importante en su formación, claro, sin olvidarse de su maestro, Manzanero, “a quien respeto y admiro”, ataja.

No obstante, deja a un lado las partituras y ese ritmo “sabroso” que le imprime a sus melodías para confesar que “me encantan los ‘habanos’, son mi fascinación”, tanto que ni su esposa “Charis” puede quitarle ese vicio; “me gusta mucho”, concreta el espigado músico coiteco.

Camisa blanca entreabierta a la altura del pecho, jeans y mocasines es parte de su atuendo, y mientras charla, detiene su mirada en los cuadros y confiesa: “A mí no me gusta mucho esa idea de colgar los reconocimientos, se me hace como presuntuoso”. Prosigue: “Fue mi esposa quien los colocó”. 

Su trayectoria, que comenzó a gestarse desde los cinco años de edad, está en la etapa de madurez, y eso lo sabe: sus discos “El Piano de México”, “A mi Tierra”, “Mexicuba”, “Piano de México” (ya firmado por Sanborns) y “Paseo por México” son como sus hijos, pero revela que uno de ellos es su consentido, el primero, y su recorrido por otras latitudes del mundo, una recompensa en su carrera artística.

Le gustan las motocicletas, pero las descarta de su vida porque “mi esposita no me deja”, manifiesta entre risas. Pero eso sí, otra de sus pasiones es el deporte de las “orejas de coliflor”; incluso en una de sus paredes pende un par de guantes de una pelea sostenida entre los pugilistas Floyd Mayweather y el “Chino” Maidana que se los envió una amiga.

“Quería ir a esa pelea, estuve a punto, tenía el boleto pero ya no alcancé el avión”, lamenta el “Wilhelm Kempffcoiteco” quien, afirma, nunca buscó imitar a nadie, sino ser él mismo, tener su propio estilo.  

Enamorado del ritmo cubano y de “másters” de la música de la isla “castrista” como Rubén González (+), Arturo se encamina hacia su estudio y “posa” para las fotos que se publicarán en el semanario. Antes, se sienta frente a lo que para él es sagrado, su piano. Comienza y entona “Matrimonio de amor”, de Clayderman. Hace una pausa para encender un “habano” para que se sienta el olor; “son ricos”, aclara.

Sus manos se dejan llevar, e incluso no se sabe si él las controla o ellas a él. La piel, mientras observamos, se pone “como de gallina”, más cuando parece que el instrumento, su “amante o mejor compañero”, pareciera que lo seduce, que le roba su conciencia, que lo pierde entre un Sol Mayor y un Re Menor.

“Desde niño me gustó la música, honestamente nunca fui bueno para la escuela; recuerdo que mi papá me fue a buscar un día, y le dijeron que me salía, que no llegaba”, responde entre risas. Tenía razón: su futuro, que hoy es presente, es la música, lo que ama.

Sus palabras, mientras conversa, fluyen sin distracción, lo que le costó mucho lograr, al menos frente a las cámaras y el público: “Recuerdo que cuando Ricardo Rocha me invitó por primera vez a su programa (‘Animal Nocturno’) ‘cantinfleaba’ mucho, estaba nervioso”. Pero el periodista mexicano lo invitó más veces, como 20, y después “ya no me paraba la boca”. Ríe. 

Es padre de tres “peques”: Arturo, Bruno y Diego, a quienes también “les mueve el tapete” el ámbito musical. Uno de ellos, aclara, imita sus “muletillas corporales”, pero “eso no me gusta, prefiero que sean ellos mismos”, resume mientras, entre risas, confiesa que otro de sus vástagos, Bruno, “ya no soporta estar en mis conciertos”.

Coita, dice, es su tierra amada, la que nunca quisiera dejar. Ahí está su vida, y se siente satisfecho por lo que ha obtenido. Su carisma, que no se esconde entre la soberbia, irradia a cada instante y el pueblo se lo reconoce. 

Tiene en puerta más proyectos, como el Festival del Arte que se efectuará en su terruño, Coita, a partir del 8 de febrero. Y luego, la grabación en vivo de un CD-DVD en marzo, con lo mejor de su repertorio. Estará, por supuesto, su maestro y amigo Manzanero y su “brother” Paco Rentería, entre otros no menos importantes.

Ofrece café, pero no aceptamos, creemos que es tarde. Él se sirve en una pequeña taza. “Soy cafetero”, señala el pianista, quien está empeñado en salirse de lo común, más cuando se trata de música. “Por ejemplo, en el Festival de las Artes invitaremos a RieWatanabe (de Japón) y a Juan Luis Matus (de Chiapas), dos grandes violinistas que estarán conmigo en la presentación”, detalla.

Se pone los guantes de box, posa para la lente de mi compañero; al terminar la efímera sesión, Aquino se toca las manos, luego uno de sus dedos: “Me las cuido mucho, porque de esto vivo”. Pero tampoco sin exagerar, agrega, como Clayderman que “se pone guantes como de jardinero”. Suelta una carcajada.

Ha pasado más de una hora, es momento de partir. Arturo no pierde la sonrisa, es dicharachero, le gusta, se divierte. Sabe que su vida, después de todo, gira en un círculo del que nunca, como él dice, saldrá; “Lo mío es esto, mi familia, mi hogar, tenemos un equipo muy lindo con mi familia”, remata el “hombre manos talentosas”, quien nos invita: “Cuando gusten acá los espero, hacemos algo, cenamos”. Se despide, cierra la puerta. Es momento de partir.