Un paseo por el mercado viejo “Dr. Rafael Pascacio Gamboa”

Artesanias

Por José Luis Castro A. 

Un enorme bullicio, alegre, pero desesperante, invade la antigua calle del comercio de Tuxtla Gutiérrez. Vistosos letreros adornan las fachadas de los edificios: “Zapatería Tres Hermanos”, “Telas Parisina”, “Almacenes El Volcán”… Son las once de la mañana. El calor es sofocante. Mujeres, niños y ancianos, alegres, recorren los comercios.

El tráfico de vehículos es espantoso: Todos quieren pasar al mismo tiempo, el toque del claxon de combis y taxis es molesto, insoportable. Una plaga de vendedores callejeros ocupan las banquetas:

─ “¡Para el radio, para la grabadora o para la rasuradora, llévese cuatro pilas doble AA por solo diez pesitos!”, vocean los mercachifles.

El templo de Nuestro Señor del Calvario, recién remodelado, luce sus mejores galas.

En la entrada principal están sentados dos pordioseros: un hombre gordo, de tez morena, como de cincuenta años ─de no bañarse─, greñudo y mal encarado; y una mujer tempranamente envejecida, como de treinta años, de rostro y manos pálidas, de mirada triste, y sus tres hijos descalzos que juegan a pedir limosna. 

─ “Una ayudita, por el amor de Dios; una ayudita para este pobre hombre con tres hijos y mujer”.

Al entrar al Mercado Viejo se escucha un sordo rumor del alegato entre compradores y vendedores. Pintorescos puestos de artesanías exhiben canastitos de pituti, ollitas de barro, carritos de madera, muñecas de trapo… En otros, expenden riquísimos manjares, leche quemada y atol agrio; tascalate, horchata y agua de coco; así como jícaras de pozol de cacao y pozol blanco sin dulce, con sal y chile. Un perro callejero olfatea y lame unas gotas de sangre derramada en el piso cerca de una carnicería; mientras, una pareja de ancianos va de puesto en puesto preguntando por el precio de un cuartito de carne. Finalmente, solo piden permiso para llevarse unos huesos pelones que están en el bote de basura. En este mercado, aún se ven algunos tuxtlecos de origen zoque que conservan su vestimenta: Camisa y calzón largo de manta, sombrero de palma y huaraches; las mujeres, nagüilla, camisa de vuelo y sandalias, trenzadas con listones de color rojo, aretes de monedas de oro y rebozo “de bolita”. Retazos de fantasmas milenarios de la antigua cultura olmeca.

─¿Qué le doy, señito? Tengo tamal de hoja de milpa, toro pinto y de yerba santa. También tengo de jacuané, nacapitú y de cuchunúc. ¿O quiere usted una medidita de Nucú? Tengo medidas de a diez y de a veinte pesos.

─¿Qué le damos, marchantita? Tenemos pescado y camarón fresco.

El oleaje humano es constante, intermitente. Los puestos de frutas son verdaderos catálogos de colores: mangos, sandías, plátanos, manzanas, uvas, piñas, duraznos… 

─¿Qué buscas, chula? Tengo papaya, melón, manzana y plátano.

─No, gracias.

Desde las siete de la mañana, las vendedoras de Chiapa de Corzo, San  Fernando, Suchiapa, El Jobo y Copoya, ya tienen lista su vendimia. Muchas de ellas, desde las cuatro de la mañana, van a traer su venta en la Central de Abasto.

─¡Cupapé con dulce, caballito, oblea, melcocha, empanadas de leche y de queso, ¿qué va´ste a llevar, tía?

El murmullo de la gente cada vez es más ensordecedor. Los vendedores vocean sus productos; los niños de las compradoras, aburridos, van chillando. Dos verduleras se pelean los clientes, y se dicen hasta de lo que se iban a morir. Algunos cocheros se recrean la vista con sus clientas:

─¿Qué va´ste querer, señorita?  Tengo chorizo, longaniza y butifarra. 

─¡Ahí va el golpe, el golpe avisa; con permiso, con permiso!, pasa gritando un vetusto carretillero, chaparro, de huraches y playera lustrosa. A cada veinte metros se detiene, se limpia el sudor y sigue su camino. De seguro tiene que entregar, cuanto antes, las cinco rejas de tomate.

Una encopetada patrona, que se hace acompañar de su hermosa criada, regatea los precios de las manzanas y los duraznos.

─¿Cómo que treinta pesos el kilo de manzana? ¡Si la semana pasada estaba a veinte!, sentencia en forma categórica.

─Si marchanta, pero por el virus de la influenza todo subió ya. 

Tal es la vida cotidiana del Mercado Viejo.