Naief Yehya; Las cenizas y las cosas

El escritor entrega en su nuevo libro un retrato de la vida cotidiana de EU, donde vive desde hace 25 años

Nota y foto “Excélsior”

CIUDAD DE MÉXICO.

Un escritor sin premios ni fama ni pedigrí. Un hombre fracasado, un tanto cobarde y que se engaña a sí mismo. Un migrante que vive en un mundo de incertidumbre, “cuya única certeza es escribir una traducción para un cucarachicida o para una crema contra los hongos de los pies”.

 

Así es, detalla el narrador y estudioso de la cultura contemporánea Naief Yehya (1963), el protagonista de su nueva novela, Las cenizas y las cosas (Penguin Random House), en la que entrega un retrato de la vida cotidiana de Estados Unidos, país donde vive desde hace 25 años.

La lucha de un artista mexicano de origen iraní por encajar en una sociedad a la que no le importa más que el dinero, por no sentirse vacío y encapsulado en su idioma, el español, es el eje central de esta historia que recrea lo que significó el atentado terrorista contra las Torres Gemelas de Nueva York, en septiembre de 2001.

Mi intención no era hacer un panegírico doloroso y lastimero, sino todo lo contrario, regodearme con esas miserias y hacer de esa condición algo un poco más cómico”, afirma en entrevista.

Ingeniero industrial por la UNAM, el ensayista y crítico cultural hurga desde la ironía en temas como el fracaso, la soledad, la maternidad, la cobardía, el matrimonio, el carácter étnico de los barrios neoyorquinos, la adopción y el mundo literario, con editores agresivos y agentes necios.

Narra la vida del escritor Niarf Yahamadi, quien recibe una invitación a inaugurar un auditorio con su nombre en la Academia Cuauhtémoc de San Ismael. Cuando llega al pueblo mexicano, nadie acude a recibirlo y, de pronto, sobreviene una tragedia en forma de erupción volcánica. Logra escapar y regresa a Nueva York. Escribe un libro y piensa publicarlo, pero nada de esto ocurrirá. Es septiembre de 2001.

Primero abordo el tema del fracaso. El protagonista no es alguien que está tratando se ser escritor, sino que ya lo es, ya lleva muchos años de estar escribiendo y tratando de vivir de esto, pero aún no es reconocido. Está presente ese sueño del reconocimiento, que nunca te lo terminas de creer, ni siquiera quieres hablar de él, sin embargo, está ahí, como las cenizas”, comenta.

Al analista de la tecnocultura le preocupan los temas de la soledad y del aislamiento. “Como escritor no puedes estar en la soledad, aunque lo desees, porque dependes de una estructura, de un grupo y de una maquinaria. Es alguien que siempre está en búsqueda de un público, de almas gemelas, de alguien a quien seducir, con quien compartir”, agrega.

Alude a la noción del exilio y la presenta como el punto supremo del abandono, de la lejanía, de estar desvalido y abandonado culturalmente. “Cuando estás en un país donde compartes el idioma tienes una masa enorme de personas a quienes acudir. Pero si estás en un lugar donde tu idioma no solamente es extranjero, sino que está profundamente devaluado culturalmente, el abandono es mayor”, añade.

El también cuentista describe un mundo localizado a finales del siglo XX, una sociedad preinternet, por eso los correos electrónicos, los mensajes y los códigos tienen un énfasis especial. “Reflexiono sobre la literatura en ese momento, lo que significa entregarse a un medio que es ingrato, que ofrece pocas recompensas económicas”.

VARIOS CANALES

Yehya destaca que Las cenizas y las cosas es una novela en varios canales y temáticas, donde la idea central es burlarse de sí mismo, “si no, se acaba la diversión”.

Además de las inercias del mundo literario de Nueva York, al que conoce bien, revisa temas como el ser migrante y extranjero en el vecino país del norte.

Es un libro sobre la migración. Es la visión de un migrante de dos culturas, sin las ataduras de un exiliado político. Alguien que se da el lujo del cinismo, que puede ver los privilegios. Pero que su vida de migrante le ha quitado las certezas y termina siendo alguien que se engaña a sí mismo”.

El protagonista se miente no sólo en cómo se siente con su trabajo creativo, sino en su relación de pareja con una rubia de mal carácter a la que nunca logra entender, y también en su plan de adoptar un bebé, pues ella no puede tener hijos, y acepta, aunque no lo desea, viajar a China e intentar traer a un niño con papeles falsificados.

Hubo una euforia en Estados Unidos por adoptar a niños chinos, africanos y de otros países. La apropiación que este país hace de otras culturas es tan rica y formidable, que también desean una apropiación de vidas extranjeras. Es como si quisieran adoptar problemas del tercer mundo. La idea de una adopción frustrada es como una especie de aborto cultural que no llega a suceder”, explica.

El narrador evidencia diversos temas sociales que le inquietaron desde que llegó a Estados Unidos, en 1992, hasta el 2001. “Después del atentado de ese año ha sido otro mundo. Primero, entramos en un periodo de guerra permanente, en una guerra sin fin. Se vivió una época de un nacionalismo ferviente digno de la posguerra, una desconfianza hacia los inmigrantes, justo los que yo represento, los árabes y los mexicanos. Fue un cisma brutal. Ya no hay regreso en mi vida, no creo que me toque vivir una revaloración de lo que somos”.

Asegura que antes del llamado 11/09, la mayoría de los estadunidenses pensaba que el comunismo estaba muerto, que el capitalismo había ganado, que sólo quedaba el camino de la paz, que la amenaza de la guerra nuclear había quedado atrás. “Pero con el atentado fue como echar el casete hacia atrás, como empezar de cero”.

Admite que, tras el largo periodo de confección de esta novela, que llegó a tener unas 300 páginas, que depuró poco a poco, ahora que se publica cobra vigencia por el nuevo entorno social provocado por las políticas discriminatorias del actual presidente Donald Trump.

Nunca me hubiera imaginado. Antes, lo que importaba era el derumbe económico que amenazaba al país más poderoso, pero cuando éste se superó ahora los migrantes son el enemigo.

El autor de libros sobre cyborgs, pornografía, cybercultura, sexo mediatizado y decadencia tecnológica adelanta que dedicará su siguiente libro a lo que significaron para los neoyorquinos esos atentados de 2001, a cómo vivió él esta tragedia. “Años después sigue siendo algo inasible, creo que las partes de lo que pasó siguen estando dispersas. Se dice que no se ha escrito la gran novela sobre los atentados, pero quiero hacer mi contribución”, apunta.

Y dice que, después de este texto, terminará una historia sobre los drones. “El dron como símbolo de una época, como el emblema de un tiempo en guerra, de la muerte de la política, del asesinato a control remoto y la desaparición de las fronteras de la guerra”.

Comenta que lleva muchos años trabajándolo y, como ya estaba demasiado largo, lo dividió en dos volúmenes: el dron y la guerra, y el dron y la cultura, que espera publicar el próximo año.

Finalmente, afirma que trabaja también en un libro de cuentos, en los que explorará diversas visiones sobre el fin del mundo.