Esculpir a la antigüita en la Galería Lisson

El artista mexicano Pedro Reyes se interesó por trabajar con la escultura en piedra, porque “es la forma más placentera de hablar con los muertos”

NUEVA YORK.

El artista Pedro Reyes (Ciudad de México, 1972) ha trabajado desde hace tres años con la escultura en piedra porque, asegura, es la forma más placentera que ha encontrado para “hablar con los muertos”.

 

Al esculpir directamente con piedra volcánica, mármol, cantera y concreto armado el artista busca entablar un diálogo con la historia de la escultura universal, ya que tiene oportunidad de abordar lo mismo la obra del italiano Amedeo Modigliani, que del mexicano Germán Cueto o del arte en Mesopotamia.

Reyes, quien en la última década ha obtenido visibilidad internacional por sus piezas de arte colaborativo, hace un alto a su producción artística vinculada a la crítica social para girar hacia una exploración más formal de los materiales, a partir de la escultura y el dibujo, cuyo resultado presenta desde el fin de semana pasado en la galería Lisson de Nueva York, en una muestra inaugurada en el marco de The Armory Show.

La primera individual de Reyes en el recinto neoyorquino (el artista expuso en 2013 en la Lisson de Londres su exposición Disarm) muestra más de 150 obras en piedra y dibujos en papel que literalmente cubren toda la galería, en el barrio de Chelsea, con imágenes que lo mismo retratan a pensadores griegos como Sócrates o Platón, que a artistas latinoamericanos como el Dr. Atl o Juan Downey.

–¿Concibes esta exposición como una síntesis de tus preocupaciones formales e intelectuales, porque está tanto tu trabajo arquitectónico como tu investigación con pensadores universales?

–Podría verse de esa manera, pero básicamente la exposición tiene dos líneas muy claras: los dibujos y las esculturas. Desde 2014 empecé la talla directa en piedra, porque si bien desde hace mucho he trabajado con cuestiones escultóricas, creo que a estas alturas he ganado la confianza suficiente para realizar la talla en piedra. En México tenemos una historia increíble de grandes escultores que he estado procesando. Luis Ortiz Monasterio, Rómulo Rozo, Ignacio Asúnsolo, Jorge González Camarena y Oliverio Martínez, por mencionar algunos, que son artistas que marcaron una etapa de la escultura moderna de la cual me he enamorado, porque corresponden a ese momento previo a cuando el discurso escultórico cambió hacia formas más concretas y experimentales, sobre todo por la influencia de personajes como Piero Manzoni o Yves Klein.

Digamos que todo ese momento previo a la abstracción, que tuvo un desarrollo de la escultura a partir de la forma y el estilo, de alguna forma ha estado un tanto cancelado para los artistas contemporáneos, pero es algo que ahora me resulta muy atractivo, porque me resulta muy placentero y me permite dar un giro a mi propio trabajo.

Hace tres meses hice este performance en EU llamado Doomocracy, que es básicamente una obra muy política de crítica a la sociedad estadunidense, y de cierta forma siento que eso me da la oportunidad de abrir otro frente en mi trabajo que no necesariamente vaya al mismo lugar. No todo tiene que ser político, participativo o de activación con la sociedad. Hoy más que nunca nuestra vida está secuestrada por los asuntos de la coyuntura. Nos despertamos con Donald Trump y nos dormimos con Donald Trump. Entonces, me parece importante, como artista, salir de esa agenda y dedicarme a cosas simplemente porque no me aguantaba las ganas de hacer.

Quería usar mi tiempo en temas formales a la antigüita y abrir un espacio de producción en la que se pueda hablar con los muertos, porque cuando están trabajando la escultura, sobre todo con problemas formales o de estilo, en realidad  hablas con toda la historia de la humanidad. Yo cuando veo un Modigliani, en realidad lo que me encuentro es toda su búsqueda alrededor del arte de Mesopotamia. O una escultura de Germán Cueto, ahí está también su influencia de las máscaras populares mexicanas o su investigación de la escultura maya. Muchas de las grandes transformaciones del arte moderno tenían que ver con cuestiones de la escultura antigua o del arte popular. Cuando estás trabajando en la talla directa de alguna forma usas a otros artistas del pasado. Hace poco hice piezas en concreto y estaba pensando en Federico Silva y en Lynn Chadwick, pero lo mismo me pasa con la voluptuosidad de Henry Moore o en la llamada geometría del miedo que hubo después de la Segunda Guerra Mundial y que generó obras con esos ángulos mucho más agudos. En general, es mucho el gran placer de utilizar a otros artistas.

–¿Iconográficamente esta exposición reúne a aquellos pensadores que has utilizado para otras piezas más performáticas?

–Me interesa mucho trabajar con el retrato como un proceso en sí mismo. Por ejemplo, en la exposición Domingo Salvaje, que presenté el año pasado en La Tallera, en Cuernavaca, utilizo al filósofo Epicuro para abordar el tema de las drogas. Por supuesto que me interesan las ideas de ese pensador griego, las utilicé para generar otro tipo de discursos (a Epicuro se le vincula más con la comida o lo sibarita), pero aquí lo que me importa es pensarlo en términos del retrato y la solución que encontré fue tomar varios elementos que sintetizaban la escultura de Manuel Felguérez. Lo mismo pasa con Hannah Arendt, que ahora está muy de moda por todo el tema de los totalitarismos y el fascismo, su retrato es una mezcla entre Modigliani y Cueto.

–¿La exposición puede verse como un archivo mental en el que el visitante puede hacer una relación libre entre las diferentes figuras y personajes?

–La exposición está pensada mucho en la solución de retrato que tenían los grandes caricaturistas como Miguel Covarrubias, Ernesto El Chango García Cabral o Marius de Zayas, quienes buscaban lograr expresar los rasgos de una persona con los mínimos elementos posibles. Es un ejercicio mental que a mí me pasó, tenía que repetir el mismo dibujo varias veces, y la cuestión era recuperar el trabajo íntimo del dibujo. De alguna forma lo que ha pasado con la producción de muchos artistas contemporáneos es que terminas fabricando mucha obra con otras personas y también utilizando más estructuras narrativas que plásticas.

Lo que quería era recuperar ese trabajo directo, porque muchas veces tu trabajo como artista se convierte en coordinar de correos electrónicos o en coordinador de procesos que son muy complejos y con muchas personas involucradas. Quería hacer una exposición como se hubiera hecho hace cien años, es decir, basado únicamente en el trabajo de dibujo y escultura.