Viva arte viva; eligen a Gutiérrez y Orozco en 57 Bienal de Venecia

La curadora de la exposición Internacional, Viva arte viva, seleccionó a 120 creadores de 85 países, entre ellos a dos mexicanos

CIUDAD DE MÉXICO.

En la 57 Bienal de Venecia, el arte será un terreno para la reflexión, la expresión individual y la libertad. El arte entendido como un catalizador de conexiones humanas. Es la propuesta de Christine Macel (París, 1969), curadora de la exposición Internacional que lleva por título Viva arte viva. Un compendió de 120 artistas de 85 países, entre ellos Gabriel Orozco (Xalapa, 1962) y Cynthia Gutiérrez (Guadalajara, 1978), los dos únicos mexicanos seleccionados por la curadora para exhibir su obra del 16 de mayo al 26 de noviembre.

 

La propuesta para la exhibición, que ocupará Pabellón Central Giardini, es enfatizar el papel del artista en la mediación de la sociedad contemporánea. “En una época de desorden global, el arte abraza la vida. El papel, la voz y la responsabilidad del artista son más cruciales que nunca en el marco de los debates contemporáneos”, explica la curadora que fue directora de Centro Pompidou.

Los 120 artistas, 103 participan por primera vez, se dividirán en nueve capítulos. Cada uno desarrollará un tema, por ejemplo, el pabellón de las alegrías y miedos, el de la tierra, el del tiempo y el infinito, el de los colores, o el de los chamanes. En cada sección habrá artistas de todas las generaciones y naciones sin separación física para que fluyan como capítulos de un libro.

Para Cynthia Gutiérrez la crisis del país y el mundo es una historia larga. Una inestabilidad originada en el individualismo, la indiferencia hacia el otro, el camino hacia ninguna parte, el olvido del pasado. Un terreno frágil que ella investiga desde las artes plásticas para cuestionar la complejidad de la sociedad contemporánea. Para traer al presente la memoria de quiénes somos y dónde venimos.

Los procesos se han vuelto extremadamente rápidos con un propósito claro: que se materialicen en productos comercializables. No hay tiempo para los procesos manuales, pausados, diversos y frágiles. Eso pertenece al pasado, y ese pasado no es nuestro. Desde esos terrenos frágiles, complejos, fracturados e inestables parte mi proyecto con el que participo en la Bienal de Venecia”, explica en entrevista.

Será un conjunto escultórico en diferentes dimensiones y materiales, en densidades y cualidades diversas, que refieren a la carga histórica de contrastes. Y a la vez a esa necesidad de fusionarse. Las piezas, que trabajó hace dos años en el marco de un proyecto de investigación, preguntan sobre la memoria y la identidad. En específico la de la artista y su entorno, pero igual puede aplicarse a contextos europeos.

Es importante que el trabajo hable de alguna manera de cuestiones e intereses que tienen que ver con el lugar de donde vengo. Siempre me interesa en mi trabajo estos emblemas o símbolos identitarios y cuestionar de qué manera se va tejiendo la identidad de un lugar, desde cosas tangibles y físicas como monumentos hasta procesos más frágiles que se están perdiendo con el tiempo”, explicó la cofundadora del espacio Clemente Jacqs (2005)

La obra de quien en 2014 participó en la octava Bienal de Berlín del Institute for Contemporary Art puede ser en escultura, video o fotografía. Pero siempre cuestiona los esquemas preestablecidos. Entonces sus piezas pueden leerse como relatos de las fracturas o bordes a punto de diluirse. Por ejemplo, en la individual que actualmente presenta en el Museo de Arte Raúl Anguiano en Guadalajara, Paráfrasis del estrago, Gutiérrez da cuenta de que el concepto de nación está fracturado.

En este caso, la artista reflexiona sobre los estragos políticos y sociales. La veracidad histórica y los discursos oficiales, así como la noción de patria. “Vivimos en un contexto en el que pareciera que no se piensa en el bienestar humano, en el que no hay lugar para el otro, en el que no se piensa en comunidad. Mientras no seamos protagonistas de la tragedia, aquellos sucesos nos son ajenos, somos indiferentes a ellos”, acota.

Su obra busca reconfigurar imágenes que alteran las estructuras para proponer nuevas lecturas de la realidad. Es el caso del proyecto que presentó en 2014 en la galería Proyecto Paralelo donde analizó la historia para desmembrarla, rearticularla y relacionarla con la experiencia propia. Un puente entre el pasado y el presente.

Me gusta referir a actividades o cosas del pasado que se pierden, por ejemplo, en algunos trabajos he partido de textos sobre el arte plumario, un conocimiento que se está perdiendo, entonces se vale preguntar qué sucede cuando cosas así van despareciendo”.

Para Gabriel Orozco su evolución no es lineal. Más bien cíclica. Y entre el artista que llegó por primera vez a la Bienal de Venecia en 1993 al que irá en mayo próximo hay una sola diferencia: “Ahora me conocen, antes nadie sabía de mí”, dice a manera de broma pero también  consciente de que es verdad. En la edición número 45, Orozco comenzaba su trayectoria luego de estudiar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.

Para este año llevará la instalación titulada Labor visible compuesta por columnas y trabes de madera de casas o templos destruidos en Japón. La característica de estas piezas es que en la arquitectura japonesa no se usan clavos ni tornillos para unirlas; son ensambles que logran embonar de manera precisa.

Entonces en cada ensamblaje queda huella de la mano de obra. Un trabajo artesanal. Además denota la fusión cuasi perfecta de la naturaleza al crear figuras geométricas. Una instalación que revela también la relación entre el espacio y el cuerpo en la vida cotidiana. “La curadora de la Bienal es la misma que hizo mi exposición en el Centre Pompidou, entonces ya conocía mi obra y me pidió que presentara esta exposición que hice con partes y pedazos de columnas. Son muy exactos que hacen que embonen muy bien y tienen una tradición muy vieja”.

Y cuando Orozco refiere que su evolución es circular se entiende el proceso de esta obra. Pues son trozos de madera tomados de construcciones viejas o residuos de construcciones. La técnica de producir arte a partir de objetos en desuso, o desechos de la cotidianidad que inició en los 90: “No veo una evolución lineal de mi trabajo, porque regreso a cosas; en este caso me invitan por esta pieza en concreto”.

Luego de llevar la Caja de zapatos vacía a la Bienal, en 2003 fue cocurador (invitado por Francesco Bonami) de la exposición Lo cotidiano alterado y, en 2005, presentó sus pinturas Árboles Samurái. Siempre por invitación de los curadores de la exposición internacional, nunca para representar a México en su pabellón. Pero asegura que no le interesa el tema.

La obra de Orozco es, tal vez, la que más discusión genera. Entre quienes la alaban y quienes la ningunean. Para él es un lenguaje. Un idioma visual y plástico que no se explica, o al menos el suyo no requiere de una argumentación para considerarse obra. Para comprenderla hay que estudiar, afirma.

La gente no puede pensar que entender el arte es como abrir un libro ilustrado en japonés y sólo mirando los dibujos va a entender”, señala. Por eso rechaza dar respuestas sobre qué significa su trabajo; sería justificarlo, y, dice, no es necesario. Deja al espectador la tarea de conocer su obra. “El arte es lenguaje y hay que saber más o menos nociones del idioma, ideas de cuál es el vocabulario del que se está hablando”.

Por ejemplo, cuenta, saber que el círculo como figura recurrente en su obra es más que una solución formal. Es la manera de entender la producción estética: iniciar y terminar en el mismo punto. También que el cuerpo para él es una herramienta que fusiona tiempo y espacio, una escala corporal. Que la cultura india fue de las primeras que le atrajo e influyó en su producción. Y que no tiene un estudio fijo sino trabaja según las circunstancias.

Esto me ha permitido ser ciudadano del mundo, aunque mi pasaporte siempre es mexicano”, dice.